La historia del golf está llena de anécdotas, tradiciones y descubrimientos que, con el paso del tiempo, han dado forma a este deporte tal y como lo conocemos hoy. Entre ellas, una de las más interesantes es el verdadero origen del golf en Estados Unidos, un capítulo que suele pasar desapercibido frente a versiones más populares pero menos precisas.
Aunque es común pensar que el golf llegó a territorio estadounidense en el siglo XIX de la mano de inmigrantes adinerados, los registros históricos cuentan otra historia, mucho más antigua y sorprendente. Más de 280 años atrás, en la ciudad portuaria de Charleston, Carolina del Sur, ya se practicaba el juego que hoy apasiona a millones de personas.
Los documentos disponibles revelan que en 1743, un grupo de inmigrantes escoceses se reunió en un lugar conocido como Harleston Green para practicar su deporte favorito. Aquellos encuentros, modestos y casi improvisados, representan el primer registro documentado de actividad golfística en América.
A menudo, clubes como el célebre Saint Andrew’s Golf Club de Nueva York, fundado en 1888, reciben el protagonismo en las narrativas sobre los orígenes del golf en Estados Unidos. Sin embargo, la existencia de Harleston Green —más de un siglo anterior— revela un pasado mucho más profundo y menos conocido. Este hallazgo histórico invita a revisar la manera en que entendemos la expansión del golf en América.
A diferencia de los campos modernos, el primer campo de golf americano no contaba con greens perfectamente cuidados ni instalaciones de lujo. Era un terreno irregular, formado por dunas naturales, zonas abruptas y hierba sin trabajar. Los jugadores colocaban los hoyos donde el espacio lo permitía, creando recorridos que cambiaban con las condiciones del paisaje.
No había clubhouse, ni diseños previstos, ni comodidades. Solo existía la pasión de aquellos escoceses que se resistían a abandonar el deporte que habían llevado consigo al otro lado del océano.
Este pequeño rincón de Carolina del Sur, sencillo pero cargado de significado, constituye el verdadero punto de partida del golf en América. Su historia recuerda que, más allá de los grandes clubes y los campos emblemáticos, el golf nació y se expandió gracias a la dedicación de quienes lo amaban, incluso cuando las condiciones eran precarias.

