Muchos creen que el primer Open fue solo un torneo elegante, una cita más entre caballeros del golf. Nada más lejos de la realidad.
En 1860, tras la muerte de Allan Robertson, el mejor golfista de su tiempo, el mundo del golf quedó huérfano. ¿Quién sería ahora el número uno? Había que decidirlo. Y así nació algo que cambiaría este deporte para siempre.
Ocho hombres. Doce hoyos. Prestwick, Escocia.
Aquello parecía simple: reunir a los mejores para ver quién tenía más destreza. Pero lo que ocurrió en ese campo fue una revolución silenciosa. Prestwick no era un campo amable. El terreno era agreste, el viento cortaba como cuchillas. Cada golpe era una incógnita. Nada se repetía. Y los jugadores, por primera vez, entendieron que el golf no era solo precisión. Era adaptación. Era resiliencia. Era saber leer la naturaleza y bailar con ella.
Ahí entró en juego un visionario: James Ogilvy Fairlie. Él entendió que el torneo no podía ser solo una demostración de técnica. Había que ir más allá. Rediseñó la competición para que los obstáculos no fueran castigos, sino parte del arte. Para que el campo no se domesticara, sino que desafiara al jugador.
Así nació el Open Championship. Y con él, una nueva forma de entender el golf: más salvaje, más real, más humana.
Ese espíritu sigue vivo hoy. Por eso, para muchos, ganar el Open es más grande que vestir la chaqueta verde de Augusta. Porque no hay guión que valga cuando el viento sopla en Escocia.
¿Tú qué crees? ¿Qué Major es más difícil de conquistar?