Mientras Jon Rahm (-18, vuelta de 64 golpes) reventaba Muirfield Village, birdie tras birdie, tirazo tras tirazo, mientras su nuevo putter echaba fuego y llevaba el liderato del Memorial hasta cotas insospechadas (seis golpes de ventaja sobre Morikawa y Cantlay), los rectores del PGA Tour ya sabían que de nada iba a servirle tal exhibición, más allá del propio regocijo del momento y del puro placer de contemplar semejante despliegue, puesto que el español había dado positivo en Covid 19 en el último control que había pasado, minutos antes de salir a jugar la tercera ronda. El test había dado positivo a eso de las cuatro de la tarde y, según fuentes del propio PGA Tour, la confirmación de tal resultado llegaba minutos antes de que finalizara la vuelta, a eso de las seis de la tarde locales. ¿Puede haber mayor crueldad deportiva?
Los protocolos son los protocolos y no hay nada que hacer. No tiene sentido ni sirve de nada retorcer la realidad en busca de un escenario que le fuera propicio a Jon, que todavía le permitiera y nos permitiera albergar la esperanza de verlo mañana pinchando en el tee del 1. No cabe tal posibilidad, pues el protocolo Covid, establecido en su día, obliga al jugador a retirarse del torneo. En las peores pesadillas deportivas, en conversaciones de hoyo 19, al calor del amor en un bar, sí que nos habíamos planteado todos la tesitura: ¿qué pasará si el líder de un torneo da positivo a falta de una vuelta? De nuevo, la realidad supera a la ficción, puesto que Rahm no sólo era líder, sino más bien dueño y señor.
Parece increíble que Jon no pueda salir a rematar este torneo, a sellar una excelsa defensa del título, para, esta vez sí, abrazar como es debido a Jack Nicklaus al pie del 18, justo lo que no pudo hacer hace once meses, cuando el maldito coronavirus aún no se había topado con el dique de la vacuna (qué venenosa paradoja, por cierto, que sea justo ahora, cuando ocurra este accidente).
El vasco se retorcía de rabia nada más finalizar la ronda cuando le comunicaban la noticia. Como para no retorcerse. Una situación de este calibre, con semejante repercusión en el transcurso y el devenir de la competición, no se había dado en el mundo del golf en los quince meses ‘oficiales’ de pandemia que el planeta lleva cargados a sus espaldas. Por supuesto que los terribles efectos del maldito virus en este tiempo trascienden esta noticia, de hecho la dejan en pañales, pero una cosa no quita la otra y además cada cuestión debe dirimirse en su foro. Y éste es un foro de golf.
El varapalo ha sido bestial, porque la temporada de Jon Rahm no estaba siendo mala, ni mucho menos, pero daba la sensación de que esta semana podía marcar un antes y un después con rotundidad, un regreso a la excelencia plena de este extraordinario jugador y quién sabe si incluso, en breve, al Número uno del mundo.
Era más que razonable pensar de este modo después de ver hoy al vasco en el recorrido de Ohio. Ha jugado 23 hoyos en la larga jornada de sábado (Jon llegaba al campo antes de las siete de la mañana y se marchaba rumbo al aislamiento después de más de once horas), con un balance de diez birdies, un eagle y sólo dos bogeys. Sólido desde el tee, mejor que nunca, este año, con los segundos tiros, ya fuera con maderas de calle o con cualquier hierro (hasta dos opciones de eagle se procuraba en la tercera ronda de no más de tres metros y medio en los hoyos 11 y 15) y absolutamente aniquilador con el putt, pues llegaba a convertir hasta seis birdies pateando desde tres metros o más de distancia…
Se ha hecho muy duro ‘refrescar’ la clasificación del Memorial y no ver a Jon ahí arriba, enseñando la matrícula trasera a todos a distancia sideral. En fin, queda el insuficiente consuelo de haberlo visto jugar tan rematadamente bien y de haber disfrutado como pocas veces una jornada de golf tan larga como hermosa. Y queda la arrolladora esperanza de saber que a este mozo no lo hará retroceder nada ni nadie.
Fuente: Ten Golf